En el marco de este magnífico recinto del Congreso de la Unión, con la Bandera de nuestra nación al frente, en cuyo frontispicio se encuentran grabados en la piedra los nombres de hombres y de mujeres que ofrendaron su existencia para que los mexicanos de ayer, de ahora y de mañana gocemos de una tierra propia en la que podamos vivir con nuestros hijos una vida digna, segura y feliz.
Diputadas y diputados, vale la pena recordar esta fecha gloriosa del 15 de septiembre, reflexionando sobre lo que significa ser un país independiente y hacer patria para los mexicanos.
Los invito a situarnos en aquel año de 1810 cuando un puñado de hombres, que el gobierno español tachó de locos, de rebeldes y que la Iglesia estigmatizó como sacrílegos, decidieron levantarse en armas contra una forma de vida injusta impuesta por los peninsulares españoles que después de la conquista arrebataron las tierras y riquezas a los pueblos indoamericanos originarios, sometiéndolos a la esclavitud a lo largo de 300 años.
Allende, Aldama, Abasolo, Jiménez, Josefa Ortiz de Domínguez, José María Morelos y Pavón, liderados por el cura Miguel Hidalgo y Costilla, criollos, mestizos e indios lucharon contra esos españoles invasores para expulsarlos.
Se dice fácil, pero aquellos mexicanos dieron su vida por construir un México independiente: insurgentes e imperialistas firman el primer contrato social en Acatempan. La Constitución Política de 1824, basada en los principios de Apatzingan, señala que serán los mexicanos los que se gobernarán a sí mismos con leyes que resguardarán la libertad para todos (nunca mas distinciones entre los que se consideraban nobles de sangre azul y una mayoría de hombres esclavizados por su origen y por el color de su piel); leyes que resguardarán equidad en la distribución de la tierra y en la repartición de la riqueza (nunca mas un grupo extranjero podrá arrebatar la tierra y sus recursos a la población originaria para después esclavizarla); leyes que asegurarán educación y salud para todos (nunca mas una casta privilegiada y educada en escuelas europeas, mientras la gran mayoría, india y mestiza se conserva en la mas profunda pobreza y en el marasmo de la analfabetización).
Diputadas y diputados, la historia no tiene sentido si no la utilizamos para entender nuestro aquí y nuestro ahora: aquellos conquistadores españoles no fueron expulsados, decidieron quedarse en México para conservar sus haciendas y riquezas, apostándole a conservar su poder en el México independiente y así fue, durante todo el siglo XIX, este grupo terrateniente, se constituyó en el partido conservador, provocando una permanente guerra civil. Esta guerra entre conservadores y liberales (antiguos insurgentes) debilitó al país.
Recordamos con orgullo y con vergüenza la gesta heroica de los niños héroes de aquel 13 de septiembre de 1848; con orgullo porque con ellos, el pueblo continuó sus sueños de libertad, con vergüenza porque la defensa del territorio recayó en unos cuantos, entre ellos estos jóvenes estudiantes porque quienes debían defender a México estaban enfrascados en la mencionada guerra civil. División que fue promovida y atizada desde el gobierno estadounidense que siempre tuvo y tiene la mira de apoderarse de todo el territorio mexicano, con todas las riquezas del suelo y del subsuelo (oro, plata y petróleo), siendo de vital importancia para el comercio del país del norte el canal de Panamá. La doctrina Monroe que reza "América para los americanos". Fue así como Estados Unidos de América arrebató a México más de la mitad de nuestro territorio.
Aquella casta española aglutinada en el partido conservador no abandonó su proyecto de entregar nuestro país a algún imperio extranjero, es así como explicamos el imperio de Maximiliano y Carlota, con el argumento de que indios y mestizos no eran capaces de gobernarse a sí mismos. Don Benito Juárez desmiente esta falacia racista y vence al invasor franco austriaco.
Aún con el triunfo del partido liberal juarista y, a pesar de su tenacidad para construir un Estado republicano, democrático y laico, no alcanzaron a desamortizar los grandes latifundios, dejando casi intacta a la rancia clase conservadora.
La división del México profundo continúa larvándose durante la dictadura porfiriana, donde la vieja casta peninsular, convertida en oligarquía terrateniente, se oxigena y se fortalece con el flujo de capitales extranjeros principalmente estadounidense: la hacienda feudal se convierte en fábrica y los propietarios locales y extranjeros se transforman, en un contexto de libre mercado, en burguesía terrateniente. A partir de este maridaje cómplice se amasan grandes capitales que privatizan y exportan el petróleo, el oro, la plata y los productos agrícolas como el azúcar, café y el henequén, etcétera. Esta boyante oligarquía asentada en las grandes urbes, con luz eléctrica y el glamour de la cultura francesa, positivamente se asienta en los horrores de la pobreza y la explotación de aquella base mayoritaria indígena y mestiza que bajo el proceso de modernización de la dictadura porfiriana se transforma en mano de obra que se aglutina en condiciones infrahumanas en la periferia de las grandes urbes. La clase campesina despojada de la tierra y los jornaleros, explotados hasta el paroxismo, sin horario de trabajo y esclavizados mediante la tienda de raya hacen un alto en el camino y reaccionan. La rabia acumulada, la desilusión y, a la vez, la esperanza de un cambio en sus vidas, provoca que el México profundo reaccione consciente de que es heredero de un pasado glorioso, cuando era dueño y señor de sus tierras, cuando hablaba de igual a igual con los dioses, cuando se convertían en hombres tigre y en hombres águila para extender sus señoríos, hacen un alto en el camino y se ponen ante si la disyuntiva de derrumbarlo todo.
En 1910 el estallido social vuelve a hacer eclosión, a 100 años de su Independencia; ellos, los dueños originarios de esta bendita tierra que hoy es México, seguían viviendo en las mismas condiciones de explotación y de injusticias. Esta vez se levantan en armas campesinos del sur con Emiliano Zapata y jornaleros del norte con Francisco Villa, exigiendo la restitución de sus tierras, los Serdán y los Magón, exigiendo las fábricas para los obreros y mejores condiciones de trabajo; las Adelitas y los Juanes, exigiendo una vivienda digna, educación y salud para sus hijos.
Potentados y revolucionarios se reúnen en Aguascalientes en 1917, después de casi 7 años de lucha y firman un segundo pacto social plasmado en la Carta Magna y cuyo espíritu consiste en que aquí en México el soberano es el pueblo y es él quien delega en sus representantes la responsabilidad de dirigir, bajo criterios de justicia, equidad y democracia, la autonomía de su territorio y la administración de sus riquezas. El ciudadano es el mandatario y nosotros los servidores públicos, sus mandatados.
¡Viva el pueblo mexicano que luchó con Miguel Hidalgo y Costilla en 1810, por darnos una patria! ¡Viva México!
Atentamente
Diputada Araceli Vázquez Camacho
RELATIVA AL 199 ANIVERSARIO DE
GESTA DE INDEPENDENCIA DE 1810, A CARGO DEL DIPUTADO ILICH AUGUSTO LOZANO
HERRERA, DEL GRUPO PARLAMENTARIO DEL PRD
Como ocurre cada año, en esta fecha conmemoramos la gesta de la Independencia que hace casi 200 años proclamó un México libre y soberano.
El 16 de septiembre de 1810, fecha emblemática y emotiva para todos los mexicanos, comenzó la lucha de la Independencia encabezada por el Padre de la Patria, don Miguel Hidalgo y Costilla.
En esta lucha por la libertad, contra la opresión y el oprobio, el estado de Guerrero aportó, como ningún otro, hombres y mujeres, cuyas acciones llenaron de gloria las páginas de la historia nacional. Su actuar cinceló las formas del rostro que hoy tiene nuestro país.
La identidad patria no existiría sin la presencia inmutable, sin la valentía indómita del consumador generoso y férreo de la Independencia de México, quien nos legó, como premisa de mexicanidad, su palabra empeñada: la patria es primero, me refiero a don Vicente Guerrero Saldaña.
Qué sería la patria sin la lealtad de los hermanos Galeana y de los hermanos Bravo, soldados valerosos; sin las campañas heroicas del generalísimo don José María Morelos, que dejó lugares como El Veladero, en Acapulco, y muchos otros sitios del estado de Guerrero, inscritos para siempre en la leyenda de la resistencia libertaria.
México nada sería sin el Congreso de Anáhuac, legítimamente instalado en la ciudad de Chilpancingo, donde se leyó por primera vez el acta de la Independencia de México, redactada por don Carlos María Bustamante, el 6 de noviembre de 1813, y cuyo pilar impasible son los Sentimientos de la Nación.
Qué sería México sin el altar de la patria donde por primera vez ondeó la Bandera Nacional en la ciudad de Iguala, qué sería sin lugares tan simbólicos como Ayutla donde se firmó el plan que ostenta tan magnífico título. Qué sería de nuestro país sin los nombres de Juan Álvarez, de Ignacio Manuel Altamirano y de tantos otros guerrerenses que ofrendaron su vida con valor en las gestas libertarias de 1810 y de 1910 por un reclamo de justicia todavía vigente desde aquellas épocas, hasta la miseria que hoy sigue imperando.
La nación tiene una deuda histórica con Guerrero y ha sido ingrata con él. Aquí se forjaron con sangre y fuego los más importantes símbolos de la Independencia nacional: el acta de Independencia, el Plan de Ayutla y la Bandera Nacional. De aquí son los hombres y los nombres que dieron gloria a esa gesta heroica; de aquí son los que nos dieron patria y libertad, pero la patria nada nos ha devuelto a sus descendientes.
A casi 200 años de distancia, aquí siguen los herederos de los Bravo, de los Galeana, de Guerrero, sumidos en la misma miseria ancestral que detonó la lucha independentista. A 100 años de la Revolución Mexicana, aquí siguen en los campos yermos de Guerrero los indígenas y los campesinos reclamando los derechos de la tierra para el que la trabaja, y debatiéndose en la miseria, sin derecho a la salud plena, a la educación y a la alimentación. Aquí siguen a la espera de justicia social.
A casi 200 años, ahí están en El Veladero, junto a la tumba del último de los insurgentes, sus descendientes viviendo sin agua potable, sin drenaje, en la miseria insultante y sin carretera para poder llegar al sitio heroico desde donde el generalísimo Morelos mantuvo a raya al Ejército Realista. Ahí están los vestigios y ahí está la gente esperando justicia.
Este reclamo exige de quienes participamos en la vida pública, sensibilidad, responsabilidad y patriotismo para saber distinguir lo que es patriótico y lo que exige coincidencia y apoyo entre los mexicanos. Lo patriótico es hacer justicia a quienes han estado en el olvido por casi dos siglos. Lo que exige coincidencia es, como lo dejó escrito el Siervo de la Nación, hacer leyes que moderen la opulencia y la indigencia.
Para que la democracia eche raíz profunda es necesario que cada mexicano tenga sus necesidades básicas cubiertas para que puedan así ejercer sus libertades y derechos en condiciones de igualdad. Si la democracia no se ve reflejada en el bienestar de los más pobres, entonces el sacrificio de nuestros héroes fue en vano.
La celebración de la Independencia nacional posibilita un marco único para hacer un llamado a esta honorable asamblea para que, desde aquí, se fortalezcan los recursos y el presupuesto para estado de Guerrero y se honre así de la mejor manera posible la memoria de los precursores de nuestra libertad, dando concreción a las causas justas y principios por los cuales tantos mexicanos y guerrerenses lucharon y dieron su vida.
Con todo respeto hago un exhorto a esta honorable Cámara de Diputados para que se reconsidere el imprescindible aporte que el estado de Guerrero dio a la nación en las justas libertarias de 1810 y 1910 y, en un acto de patriotismo y de justicia social, destine este año un presupuesto especial para esta entidad federativa que ayude a revertir el vergonzoso nivel de atraso y marginación que padece y que ensombrece cualquier celebración libertaria.
Diputado Ilich Augusto Lozano Herrera (rúbrica)